El centro de Oviedo cambiará su piel, pero no su carácter. Al menos, esa es la promesa que lanza el alcalde Alfredo Canteli al hablar sobre la futura Zona de Bajas Emisiones (ZBE).

Un proyecto que, según sus palabras, se aplicará sin causar sobresaltos a vecinos ni visitantes. “Será lo más dulce posible para los ovetenses y los visitantes”, aseguró el regidor, en una clara estrategia por suavizar el impacto de una medida que, aunque impuesta por ley, genera incertidumbre en la ciudad.
La implantación de esta ZBE no es una ocurrencia local. Todos los municipios de más de 50.000 habitantes están obligados por ley a establecer zonas donde se restrinja el tráfico a vehículos contaminantes.
Es una medida estatal derivada de compromisos europeos en la lucha contra el cambio climático, que busca reducir la contaminación del aire en áreas densamente pobladas.
En Oviedo, la entrada en vigor del plan está prevista para 2026, pero aún quedan muchas incógnitas por despejar.
El alcalde ha dejado claro que no está dispuesto a que la normativa se convierta en un castigo para los ovetenses. “No vamos a agobiar a los ciudadanos, eso lo tengo clarísimo”, afirmó, marcando distancias con modelos de ZBE más restrictivos como los ya aplicados en Madrid o Barcelona. En Oviedo, el enfoque será más gradual, flexible y consensuado.
De momento, lo poco que se sabe del diseño concreto de la ZBE en la capital asturiana es que no abarcará grandes peatonalizaciones como se había especulado. “Va a haber menos peatonalizaciones de lo que se habló por ahí”, dijo Canteli, en referencia a ciertos rumores que apuntaban a una transformación radical del casco histórico.
La oposición política ha criticado la falta de información clara, pero el alcalde insiste en que el proyecto está siendo desarrollado por “profesionales que saben lo que hay que hacer y cómo hacerlo”.
Aunque Canteli evita concretar qué calles o barrios estarán incluidos dentro de la zona restringida, lo cierto es que la medida ya empieza a tener forma técnica.
El Ayuntamiento trabaja en una delimitación basada en criterios de densidad de tráfico y calidad del aire, lo que apunta directamente al corazón de la ciudad: calles como Uría, Gil de Jaz, la zona de Salesas, Fruela o la plaza Longoria Carbajal se perfilan como candidatas naturales para integrar la ZBE.
No obstante, el mapa definitivo de la zona de bajas emisiones sigue sin publicarse.
Canteli ha apostado por una estrategia de implementación progresiva. “Habrá cambios a largo plazo, pero cuándo y cómo… vamos a ir poco a poco mientras vemos lo que pasa”, declaró, en un intento de calmar el nerviosismo de quienes temen restricciones abruptas al uso del coche. El mensaje es claro: no habrá sorpresas de un día para otro.
En este contexto, la preocupación de los comerciantes sobre el posible descenso del flujo de clientes por la reducción del tráfico privado es un factor clave. Sin embargo, el alcalde se mostró tajante: “Donde se peatonalizan las calles, el comercio está contento”, aseguró, intentando desmontar la idea de que las zonas sin coches espantan al consumidor.
Según él, los datos lo avalan: en Oviedo, a diferencia de otras ciudades asturianas, el número de comercios está en aumento y el desempleo se ha reducido, lo que considera señales claras de vitalidad económica.
Pese a la buena voluntad expresada desde el gobierno local, el proyecto no está exento de críticas. La oposición municipal ha denunciado la opacidad con la que se está gestionando el plan, y algunos sectores sociales reclaman conocer con antelación cómo afectará a su día a día.
La falta de información detallada sobre los criterios de acceso, las excepciones previstas para residentes, vehículos de carga o personas con movilidad reducida es, a día de hoy, uno de los puntos más sensibles.
Lo que sí parece claro es que el Ayuntamiento apuesta por una ZBE blanda, más simbólica que restrictiva en sus primeros compases. Una forma de cumplir con la ley sin encender una revuelta ciudadana.
La intención, según fuentes municipales, es establecer inicialmente un sistema de etiquetado y control del acceso mediante cámaras, pero sin multas en la primera fase.
Se trataría de un modelo de concienciación previa, que permitiría a la ciudadanía adaptarse a la nueva realidad antes de entrar en una fase más punitiva.
En cuanto al calendario, Canteli no ha querido fijar fechas concretas más allá del horizonte de 2026. Sin embargo, desde el entorno del gobierno municipal se habla de un primer semestre de pruebas técnicas y educativas, seguido de un despliegue oficial hacia final de año.
Una fórmula que permitiría al consistorio controlar los tiempos sin enfrentarse de forma directa al descontento ciudadano, especialmente en un contexto político donde el margen de error se reduce conforme se acerca el final del mandato.
El éxito o el fracaso de esta ZBE “dulce” dependerá, en gran parte, de la capacidad del Ayuntamiento para combinar tres factores: cumplimiento normativo, aceptación ciudadana y mantenimiento de la actividad económica.
Si uno de estos tres pilares falla, la medida podría convertirse en un problema más que en una solución.
Mientras tanto, Oviedo mira de reojo a otras ciudades donde las ZBE ya están operativas. Por ahora, lo único seguro es que la transformación llegará, guste o no. Y que el reto, tal como lo plantea Canteli, es que se note lo menos posible.
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